Los maestros que dejan huella en los niños

Los maestros que dejan huella en los niños

Patro Gabaldón, Periodista
En este artículo
  1. Los profesores que ayudan a florecer a los niños

Seguramente a muchos padres nos gustaría poder mirar por un agujerillo lo que se 'cuece' en la clase de nuestro hijo. Así podríamos ser testigos presenciales del ejercicio profesional de los maestros y de cómo nuestro hijo se desenvuelve en el colegio.

Pero, en cierto modo, podemos acceder a esta pequeña ventana, mirando a través de la felicidad de nuestros hijos cuando van al colegio; ellos reflejan fielmente tranquilidad y satisfacción, o por el contrario, la indiferencia, la ansiedad o la preocupación que sienten.

Los profesores que ayudan a florecer a los niños

Profesora con alumnos

Con toda seguridad, muchos de nosotros guardamos con cariño gratos recuerdos y experiencias vividas en el colegio, con un profesor o profesora concretos. Un maestro que admirábamos, que dejó en nosotros una huella imborrable, y que no sólo nos enseñaba a sumar y a escribir correctamente, sino que además sabía sacar lo mejor de nosotros, nos trataba con respeto y se hacía respetar, nos consolaba, valoraba nuestros esfuerzos, nos comprendía...

El profesor supone para un niño no sólo la figura que le proporciona conocimientos, sino el referente con el establece durante un largo periodo de tiempo una estrecha y especial relación. El ejemplo del maestro, al igual que el de la familia, repercutirá en nuestro hijo. Su manera de hablar, su forma de vestir, su trato, su atención, su estímulo, su cariño... quedarán grabados a fuego en nuestros pequeños.

La educación de nuestros hijos no sólo debería comprender aspectos puramente cognitivos, sino también hábitos, buenas maneras, valores y sentimientos. El ilustre doctor Gregorio Marañón afirmaba algo así como que el médico que sólo sabe medicina, no sabe nada, ni siquiera medicina.

El ser humano no es un ordenador en el que meter datos, hay otras muchas cosas que hay que cultivar, especialmente debemos educar a nuestros hijos con un objetivo claro: que sean capaces de vivir felices. La inteligencia emocional y el desarrollo del potencial intelectual deberían ir en un solo paquete y cultivarlos desde múltiples frentes.

¡Educar es una tarea hermosa, aunque difícil! El otro día me enviaron una historia de esas que circulan por internet: era sobre una maestra que aprendió a educar realmente cuando supo lidiar con un alumno conflictivo. Detrás de su dejadez y mal comportamiento, ella pudo descubrir, no sin esfuerzo, que se escondía una historia dramática y un niño inteligente y noble, ávido de alguien que supiera tenderle una mano. Ella supo ver su valor y le ayudó a florecer. Desde ese momento, recibió el honorífico título de: 'mi mejor maestra' para un niño que pudo llegar a encontrar la felicidad y el rumbo de su vida.

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