Las madres más felices son las más completas

¿Para qué quiero ser una madre perfecta si puedo ser una madre feliz?

En este artículo
  1. Una madre feliz no renuncia a sí misma

El ideal femenino de la maternidad en la sociedad se mantiene en un espacio sacralizado, en el que hoy en día, es difícil encajar. Este lugar está lleno de responsabilidades, exigencias y deberes, y el arquetipo exige la renuncia a una misma para sostener el mito materno. El cansancio, la decepción y la rebeldía no encajan bien en este umbral de perfección. 

Una madre feliz no renuncia a sí misma

Madres felices

Pero, ¿para qué quiero ser una madre perfecta si puedo ser una madre feliz? Educar a mis hijos de la mejor manera posible, implicándome en todos los aspectos de su vida, reflexionando sobre sus necesidades e informándome sobre la mejor forma de ayudarles implica querer darles lo mejor, pero no por ello estamos exentas de errores. Tenemos que asumir que como seres humanos podemos equivocarnos, a veces, en el acto altruista de amar a nuestros hijos.

Y es precisamente esta experiencia de amor, que siento como madre, lo que me hace más feliz. El amor materno no tiene parangón y es algo que se descubre por primera vez a lo largo del embarazo. Seguramente, nunca me he sentido tan acompañada como aquel año en el que llevé a mi bebé dentro de mi barriga.

Más tarde, ese amor incondicional me hizo más feliz cuando pude disfrutar de mi bebé tras su nacimiento y le acompañé durante sus días, meses y años posteriores en su desarrollo. Seguramente el amor materno tiene un misterio, una verdad oculta que nadie ha podido todavía descifrar, pero que a las mujeres nos hace felices, aunque como madres no consigamos la perfección.

Para los hijos, para todos los niños en general, su mamá es lo más grande, pero su ideal materno es imaginario y cambiante, tanto como cambian ellos a lo largo de su infancia. La figura materna construye desde el nacimiento del niño un vínculo muy fuerte, que irá cambiando y transformándose a medida que cambian las circunstancias de la vida de ambos. Así, a medida que el hijo recibe el amor de sus padres, va encontrando en su vida otros amores, y será capaz de amar y ser feliz dando a otros lo que sus padres le dieron a él. Y ese es el verdadero trabajo de una mamá: darle tanto amor a su hijo como necesite para ser una persona plena.

Sin embargo, creo que nunca debemos renunciar a nosotras mismas, ni a nuestras aspiraciones personales y profesionales, sin intentar compaginar ambas cosas, la maternidad y nuestros objetivos. El enriquecimiento personal no sólo es bueno para una misma, sino también para los niños, porque para ser felices necesitamos un equilibrio en los distintos planos de la vida. De nada vale entregar a los niños todo lo que desean, si no les enseñamos a valorarlo. Amar a los hijos, también significa reconocer nuestros fallos. Estoy convencida que el primer deber de una madre es ser feliz y para serlo, no se puede ser una madre abnegada hasta el hartazgo. Ni soy ni pretendo ser una madre perfecta, prefiero mi casa a cualquier pedestal.

Marisol Nuevo.

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