El intenso dolor de perder a un bebé en la semana 39 de embarazo
Duelo perinatal o muerte fetal intraútero son términos que retumbaban en la cabeza de Virginia del Río
- Perder a un bebé en la semana 39 de embarazo - La peor pesadilla de una mujer
- 'Aún no sé cómo sobreviví a la muerte mi hijo'
Cuesta leer el testimonio de Virginia y más si estás embarazada, pero lo que ella vivió es real y, por desgracia, algo de lo que no se habla mucho y se intenta ocultar. Por este motivo, hemos querido cederle un espacio y contar su relato. Perder a un bebé en la semana 39 de embarazo es la peor pesadilla que puede protagonizar una embarazada. Es la 'lotería mala', como ella misma lo define, por la que nadie quiere pasar. Pero... ¿y si toca, qué hacer? Este testimonio puede ayudar a otras mujeres a afrontar esa dolorosa situación.
Perder a un bebé en la semana 39 de embarazo - La peor pesadilla de una mujer
Me llamo Virginia, soy de Cádiz, tengo 44 años y una fecha que marca el punto de partida de mi historia reciente: el 25 de mayo de 2017, el día que me entero que estoy embarazada. Mi ansiado positivo llegó tras la primera fecundación in vitro con un donante, ya que años atrás había decidido afrontar la maternidad en solitario. Llegó con un embrión que se agarró a la vida a la primera con tal fuerza que dejó a los profesionales de la fertilidad sin argumentos para las estadísticas de los embarazos a partir de los cuarenta.
Eché las cuentas y supe que mi bebé y yo nos abrazaríamos a finales de enero del año siguiente, un 2018 que sonaba prometedor. Enseguida supe que esperaba un niño y decidí llamarle Uriel, que significa 'el que es luz'. Juntos vivimos los meses más luminosos de mi vida, porque esperarle hizo realidad mi sueño de niña. Yo sólo le había pedido al universo una cosa: tener un hijo, y daba las gracias cada vez que me tocaba la tripa y pensaba 'esta vez sí'.
Pero la vida a veces te asesta puñaladas casi mortales y a mí me la asestó el 23 de enero de 2018, cuando el corazón de mi hijo se paró de forma repentina, llevándose parte del mío con él. Ese día cumplíamos 39 semanas juntos, y acudí al hospital porque dejé de notarle. Allí me dieron la peor de las noticias: no hay latido. Solo tres palabras para derrumbar mis cimientos, mi esperanza y mi fe en la vida.
Al poco me contaron que tenía que parir a mi hijo. Por si la idea de tenerle sin vida dentro de mí no era suficientemente desgarradora y cruel, además tenía que parirlo. Parir sin la recompensa de escuchar su llanto. Parir y solo escuchar el mío. No tardé mucho en entender que era la mejor de las opciones. 'Nunca te vas a olvidar de lo que te ha pasado, pero no necesitas una cicatriz que te lo recuerde cada vez que te mires al espejo', me dijo mi matrona. Y esas palabras me convencieron. Entendí que era lo mejor para mí y me concentré en hacer lo que tenía que hacer. Tuve suerte de que los sanitarios que me acompañaron en ese camino fueron empáticos, amables y cercanos. En sus ojos vi que mi dolor era un poco el suyo también.
Di a luz, pero a mí solo me dolía el alma. Uriel nació el 24 de enero de 2018, aunque había fallecido el día antes. Y no fui capaz de verlo porque la mujer que yo era ese día no hubiese podido soportarlo. En cambio, fue mi hermano y su tío quién lo abrazó y lo acunó.
'Aún no sé cómo sobreviví a la muerte mi hijo'
Creo que el duelo por la muerte de mi hijo comenzó la segunda noche de hospital. Me desperté de madrugada porque sentí frío, miré a mi hermana dormir en la cama de al lado y ahí la realidad me golpeó de frente: mi hijo no estaba a mi lado y nunca iba a estar. Sentí el frío más aterrador, un agujero negro donde me sumergía en caída libre. Nunca antes había pronunciado tanto la palabra duelo. Ni en mis peores pesadillas hubiese imaginado que tendría que enterrar a mi hijo en vez de él a mí.
Me sentí sola en mi dolor. No conocía a nadie a quien le hubiese pasado lo mismo. Que te digan que es algo que sucede muy pocas veces no me ayudaba, porque entonces me había tocado la lotería mala. Y era muy injusto. Empecé a manejarme con unos términos que desconocía pero que me iban a acompañar toda la vida: duelo perinatal, muerte fetal intraútero, bebé estrella...
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Salí del hospital con la mirada triste y los brazos vacíos. Llovía en Madrid y lo interpreté como una metáfora de lo que yo sentía. A partir de ahí, hubo muchos días de lluvia y frío, de angustia, de desesperación. Me topaba una y otra vez con la realidad que me apuñalaba con fuerza, incapaz de asumir lo que había pasado.
Me volví supersticiosa. El miedo me invadió. Perdí la inocencia de golpe y crecí como dos o tres vidas en pocas semanas. Atravesé todas las etapas del duelo mientras me preguntaba si alguna vez volvería a disfrutar de la vida como lo hacía antes. Si podría vivir con la pena de no haber visto crecer a Uriel. Si un corazón roto puede remendarse y volver a latir.
Han pasado tres años y ocho meses de aquello y aun no sé cómo se sobrevive a la muerte de un hijo. La terapia me dio las herramientas necesarias para manejarme con unas emociones desconocidas y el tiempo me ayudó a entender que la vida no se mide en términos de justicia, que el dolor y la muerte son también parte de la vida aunque no nos guste, y que Uriel viviría por siempre en mi corazón. Que puedo recordarle desde el amor y el agradecimiento por todo lo bonito que trajo a mi vida. Que hablar de él sería lo más terapéutico para mí y para muchas familias.
Mi hijo no murió para que yo aprendiese algo. Mi hijo murió y después yo decidí hacer algo útil con ese dolor. Y creé la cuenta de instagram 'Tengo una estrella' y convertí mi experiencia en una misión: dar visibilidad al duelo perinatal para que nadie se sienta tan solo o sola como me sentí yo. Hay un tabú en todo lo que rodea a la muerte y más cuando se trata de un bebé. Pero nuestros hijos existieron, al igual que el dolor de sus familias por su muerte. Y es necesario que sea respetado y validado.
Ahora Uriel vive en las estrellas con todos los bebés que se marcharon demasiado pronto, me gusta imaginarlo así. Y mi mayor logro en la vida es que yo pueda recordarle con una sonrisa después de todo lo vivido. Lo único con lo que la muerte no puede acabar es con el amor, que crece y crece aunque no le pueda ver.
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