Con otra mirada. Cuento infantil para ver más allá de las apariencias
Relato para explicarles a los niños lo que se pierden cuando solo ven el exterior de las personas
- La historia de Juan que enseña a los niños a no fijarse en el exterior y en ir más allá
- Con otra mirada, el cuento que habla a los niños de por qué no hay que dejarse llevar por las apariencias
- Preguntas de comprensión lectora sobre este cuento infantil
¡Tenemos tantas cosas que debemos enseñarles a los niños desde que nacen hasta que se convierten en adultos felices...! Una de ellas es mirar más allá del físico de las personas y no dejarse influenciar por el exterior. Y sobre esta idea versa el cuento 'Con otra mirada', un relato para que los niños aprendan a ver más allá de las apariencias. ¡Os va a encantar!
La historia de Juan que enseña a los niños a no fijarse en el exterior y en ir más allá
Una soleada tarde de otoño Juan llegó a la pradera como solía ser costumbre. Le encantaba contemplar desde la distancia el surtido tapiz de colores con el que los árboles del bosque habían cubierto el suelo. Abrió sus pulmones dejando que le recorriera el olor a tierra mojada y la humedad del ambiente.
Al alzar la vista observó a dos colosos nubarrones que aparecían amenazantes sobre el horizonte. Sintió un ladrido a lo lejos. Observó como un perro solitario se aproximaba hacia donde él estaba. Juan le hizo un gesto y el animal se acercó, se paró, olfateó la mano del chico y se sentó a su lado. Un rato después se presentó por su espalda el dueño, que lo llamaba:
– ¡Canela! ¡Ven aquí!
Era un señor de mediana edad con abrigo y gafas de sol. La perra emitió un gemido al verlo pero permaneció sin moverse junto a Juan.
– ¡Vaya, estás aquí! —exclamó aliviado—. No vuelvas a escaparte, menudo susto me has dado.
Juan, que observaba al animal, intervino:
– Es un perro muy bonito —dijo con cierta dificultad.
– Perdón —se disculpó el señor— no me había dado cuenta. Muchas gracias, pero no es un macho, sino una hembra. Aún es joven pero muy inteligente. La estoy amaestrando, por eso se ha escapado. Es una perra labrador y por lo que parece te ha cogido cariño.
– ¿De verdad? —dijo un Juan sorprendido.
– Estoy seguro, de lo contrario no se hubiera parado. Debes trasmitirle seguridad o tranquilidad, ya sabes, ese tipo de cosas que solo ellos pueden percibir. Los perros son muy intuitivos y esta raza en concreto, más. Son animales muy especiales y sensibles.
Juan acarició al perro mientras escuchaba las palabras del señor con asombro. Titubeando, añadió no sin cierta dosis de vergüenza:
– No estoy acostumbrado a que me digan eso.
– ¿No? Pues si no estuviera seguro no te lo diría. Conozco muy bien a mi perra.
Juan soltó una carcajada que no pasó inadvertida para el hombre.
– ¿Por qué ríes? —preguntó este con interés.
Juan se quedó pensativo. Se tomó un tiempo y contestó:
– Porque para mí no es habitual.
– ¿No es habitual que te digan que trasmites seguridad y tranquilidad?
Juan volvió a tomarse una pausa:
– No es habitual eso, ni que hablen conmigo con tanta naturalidad.
El hombre se quedó extrañado:
– ¿No? No lo entiendo ¿De qué otra forma habría que hacerlo?
– Si yo le contara…
– Pues cuéntame joven, si algo sé es escuchar y si una cosa me sobra, es paciencia.
Con otra mirada, el cuento que habla a los niños de por qué no hay que dejarse llevar por las apariencias
Juan se encontraba muy a gusto en aquella conversación. Miró al hombre que tenía puesta la vista al frente y continuó hablando con mucha calma:
– Si le cuento esto es porque algunas personas al hablarme lo hacen dando voces y me gritan cuando quieren decirme algo; pero yo no tengo ningún problema en el oído, todo lo contrario, escucho perfectamente. Me ha pasado desde siempre y no solo son las voces, se suelen dirigir a mí con un lenguaje mucho más infantil que con el que se dirigen al resto de mis amigos.
– ¿Y por qué crees que es eso? —preguntó con mucha calma e interés.
Hubo un silencio, finalmente Juan le contesto:
– Creo que lo hacen porque voy en silla de ruedas.
Juan esperaba una reacción a su respuesta, pero al observar que el hombre no se inmutaba continuó:
– Cuando me hablan de esta manera yo les sonrío pero en el fondo es algo que me molesta. Algunas de estas personas parecen no conocerme y eso que llevan conmigo algún tiempo. Tal vez no me conocen lo suficiente porque no me dan la oportunidad de que les diga como soy.
– ¿A qué lo achacas?
– Quizá se deba a que tampoco puedo hablar con facilidad.
– Comprendo. Continúa, por favor.
– Me cuesta expresar con palabras lo que pienso o siento. A veces me bloqueo y las palabras se acumulan en mis labios hasta que las empujo para fuera y salen como fuegos artificiales en una explosión de sonidos. Otras veces salen entrecortadas, a medias y no suenan de la misma manera que en la boca de los demás. Cuando intento decir algo, pero mis palabras se demoran, noto que los demás se ponen nerviosos, hacen gestos raros con su cara, tensan sus bocas, estiran sus labios como si con ello pudieran descorchar de mi boca los sonidos que no me salen.
– ¿Eso hacen?
– Noto como poco a poco pierden la paciencia y entonces me bloqueo más. Finalmente terminan hablando por mí, me completan las palabras y me hacen las frases. Eso me frustra y me hace sentir más pequeño.
– ¿Y tú? ¿Cómo reaccionas?
– Yo, por no llevarles la contraria, termino sonriéndoles. Pero… ¿sabes una cosa?—preguntó con los ojos llenos de alegría.
– ¡Dime!
– Que eso no me sucede con mis amigos.
– ¡Ah! ¿No?
– No. Ellos me tratan como a uno más. Tal vez sea porque estamos juntos desde que íbamos a la escuela infantil. Con ellos no me bloqueo. Estando a su lado fluyen las palabras y se enlazan tejiéndose frases. A veces incluso prescindo de ellas y las cambio por gestos que ellos decodifican de manera natural. Es tanta la complicidad, que en clase me permito el lujo de susurrar cuando el profesor no mira y, si me descubren, como no me entienden, les pongo otra sonrisa y todo queda en nada.
El hombre no pudo reprimir una carcajada. Canela le miró y a su manera sonrió también. Los tres quedaron en silencio de frente al bosque de árboles. Una ráfaga de aire trajo las primeras gotas. Amenazaba tormenta. Juan observó el cielo que había mudado la piel doblegando al sol.
– Parece que es hora de marcharnos, joven. Ha sido un placer. Canela no deja de sorprenderme.
– Para mí también.
– Me ha gustado mucho hablar contigo.
– Yo me he sentido como si estuviera con mis amigos.
– ¿En serio? —se quedó pensativo un instante—. Me fío del criterio de Canela. Si quieres puedo ser uno de ellos.
– ¡Claro! —aseguró Juan entusiasmado.
– ¿Vienes a menudo por aquí?
– Siempre que puedo, lo único es que no siempre estoy en este mismo sitio. Suelo cambiar.
– No te preocupes, Canela te encontrará. Le has caído bien y difícilmente olvida a un amigo.
– Tiene buen olfato.
– No lo sabes bien. Y ahora muchacho, tenemos que marcharnos antes de que nos empapemos. Hasta pronto amigo. ¡Canela! ¡A casa!
Juan giró su silla para despedirse. Canela se levantó y el muchacho la acarició por última vez. El señor la agarró de la correa y desplegó un bastón que sujetó con la otra mano. La perra comenzó a andar y el hombre siguió el camino que esta le marcaba.
Juan volvió a sonreír mientras se alejaban. Giró su silla y emprendió el camino de vuelta a casa. Llovía pero, en ese momento, la lluvia era lo de menos.
Preguntas de comprensión lectora sobre este cuento infantil
El mensaje que nos deja este cuento es tan poderoso que tenemos que asegurarnos de que los niños lo han entendido bien. Y es que la historia de Juan, con sus miedos, frustraciones, temores y alegrías, llega al corazón de los mayores pero también de nuestros hijos, ¿verdad?
- ¿Quién es Juan? ¿Y Canela?
- ¿Dónde se encuentran Juan y Canela?
- ¿Qué le cuenta Juan al dueño de Canela? ¿Por qué se pone triste Juan?
- ¿Cómo se mueve Juan?
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